Wednesday, January 17, 2007


IV


Cuando pienso en los dos minutos siguientes, los recuerdo como uno de aquellos programas de ritmo frenético de Valerius Lazarov que tanto mareaban al personal: Yo (zoom), el Marianillo boquiabierto (zoom zoom), el cabo adquiriendo repentinamente un tono verdoso (zoom zoom zoom y giro), madre, sujetando inmóvil su bolsón desplegado con aire de Verónica demente y (giro, zoom final y primer plano) muy seria en el centro del grupo, la momia de mi padre. De quien hay que decir que, salvo por lo de los dientes, conservaba intacta aquella indescifrable expresión tan suya. El tiempo se detuvo. De pronto, alguien dijo:


- No se preocupen ustedes, que yo se lo arreglo.


Desde alguna radio en el pueblo llegaba, nítida, la voz Luis Aguilé cantando algo sobre un sábado y un billete de mil… Rápido como el rayo, el Zapas se colocó a horcajadas sobre la mohosa caja, levantó la pala, y, sin un titubeo, trinchó a mi padre con cuatro golpes como si de un pollo al ast se tratara: Alas, muslo, pechuga… En mi vida olvidaré aquel ruido. Aquel olor a pedo muerto y podrido... Luego, se inclinó un momento sobre el montón de chuletas secas, y, tras un breve momento de duda, agarró la cabeza por los pelos, y alargándosela a mi confusa madre con una gran sonrisa, resopló satisfecho:


- Abra bien la bolsa, mujer. Ya verá como ahora le entra todo…

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